
En tiempos del regreso de recetas neoliberales, de cruzadas contra líderes progresistas y de Donald Trump en la Casa Blanca, la VIII Cumbre de las Américas, en Lima, parece ofrecer muy poco a quienes aspiran a una Latinoamérica unida y menos desigual.
De por sí, estas citas continentales que comenzaron en Miami en 1994 no han sido más que una pieza dentro de la visión estadounidense de América Latina, a la cual círculos de poder en el país norteño ven como su traspatio, postura avalada por la revitalizada Doctrina Monroe (proyección hegemónica e intervencionista hacia la región).
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