Por Felicita Rivero
«Hoy mi deber era cantarle a la patria,
alzar la bandera, sumarme a la plaza».
Silvio Rodríguez
Pena e indignación, dos sentimientos encontrados despiertan las acciones de la oposición venezolana. Cual si fueran la Inquisición medieval o las SS de Hitler andan quemando más que cauchos en las calles. Esta vez quisieron quemar un ideal: la Libertad. Pero no esa preconizada a través de los medios de comunicación, o las redes sociales, o por los políticos anexados al Imperio, o la que nos vende el mismo Imperio; sino aquella que convierte en soberano e independiente a un país. Aquella que nos redime de la deshonra, del servilismo, de la abyecta opresión. (No olviden que en cadenas vivir no es vivir).
Una bandera representa a un pueblo, su Historia. Quemarla es una agresión. Una ofensa. Una cobardía.
Nada justifica tal acción.
Pero como José Martí, nuestro Apóstol, respondo: «Ni os odiaré, ni os maldeciré».
Me limitaré a contarles un poco más de esa bandera que pretendieron quemar. Antes de empezar una pequeña aclaración: Cuba es más que una bandera, es un pueblo sostenido por sus ideales, por una trayectoria revolucionaria que no empezó en el 59, sino el 10 de octubre de 1868, y quizás hasta un poco antes cuando Hatuey y Guamá se enfrentaron a los españoles.
La bandera, nuestra bandera, nació en 1849. En Broadway, Nueva York. Cuenta la historia que Narciso López, General de origen venezolano, concibe la idea de crear una bandera y junto a su amigo, el dibujante y poeta Miguel Teurbe-Tolón hacen el diseño de la misma, la cual fue confeccionada en tela de raso por Emilia, la esposa y prima de Teurbe. En suelo cubano ondeó por primera vez el 19 de mayo de 1850 en la ciudad de Cárdenas, Matanzas, durante la invasión llevada a cabo por López. Conocida como «La Bandera de la Estrella Solitaria» fue adoptada el 11 de abril de 1869 en la Asamblea de Guáimaro y desde entonces nos ha acompañado en nuestras luchas por la independencia. Siempre altiva, de la mano de una cubana o cubano, es símbolo de lealtad y honor. El triángulo rojo alude a la sangre derramada por nuestros héroes, las franjas azules representan las tres regiones del país: oriente, centro, occidente; las franjas blancas, la pureza de los ideales; y la estrella solitaria, la unidad de todos los cubanos y que Cuba es libre, independiente y soberana.
Inspiración de poetas, esos hombres que pertenecen al bando de los que aman y fundan (no de los que odian y deshacen), no le faltan homenajes. Protagoniza más de un poema, una canción. Bonifacio Byrne, Agustín Acosta, Dulce María Borrero, Carilda Oliver, Manuel Navarro Luna, Nicolás Guillén, Silvio Rodríguez son algunos de los muchos creadores que sucumbieron a su encanto, al ideal que ella representa y que esa menesterosa lumbre no podrá opacar.
¡Viva!! ¡Viva! la alegre bandera
Que en los campos de Yara se alzó.
PD: Y como si este texto fuera una carta, me permitiré el atrevimiento de compartirles uno de mis poemas preferidos. Apenas uno, de los tantos que acompañan en sus casi dos siglos de vida a nuestra enseña nacional. Fue compuesto por Bonifacio Byrne a su regreso a la Patria una vez terminada la guerra entre mambises y españoles, pero con el triunfo escamoteado por los norteamericanos. La desazón provocada por la situación de incertidumbre que se vivía en la isla, reflejada en El Morro por la permanencia de dos banderas, una extranjera y la otra propia, será el detonante para el surgimiento de esta poesía.
Mi bandera
Al volver de distante ribera,
con el alma enlutada y sombría,
afanoso busqué mi bandera
¡Y otra he visto además de la mía!
¿Dónde está mi bandera cubana,
la bandera más bella que existe?
¡Desde el buque la vi esta mañana,
y no he visto una cosa más triste…!
Con la fe de las almas austeras,
hoy sostengo con honda energía,
que no deben flotar dos banderas
donde basta con una: ¡la mía!
En los campos que hoy son un osario
vio a los bravos batiéndose juntos
y ella ha sido el honroso sudario
de los pobres guerreros difuntos.
Orgullosa lució en la pelea,
sin pueril y romántico alarde;
¡al cubano que en ella no crea
se le debe azotar por cobarde!
En el fondo de oscuras prisiones
no escuchó ni la queja más leve,
y sus huellas en otras regiones
son letreros de luz en la nieve…
¿No la veis? Mi bandera es aquella
que no ha sido jamás mercenaria,
y en la cual resplandece una estrella,
con más luz cuando más solitaria.
Del destierro en el alma la traje
entre tantos recuerdos dispersos,
y he sabido rendirle homenaje
al hacerla flotar en mi verso.
Aunque lánguida, triste tremola,
mi ambición es que el sol, con su lumbre,
la ilumine a ella, ¡a ella sola!
en el llano, en el mar y en la cumbre.
Si deshecha en menudos pedazos
Llega a ser mi bandera algún día…
¡Nuestros muertos alzando los brazos
la sabrán defender todavía…!