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La historieta social en defensa de la cultura

Por Felicita Rivero

Jocosamente, nos hemos hecho eco muchas veces del choteo cubanísimo de Cuqui La Mora, cuando afirma, sin tapujos, que «la Cultura no tiene momento fijo», frase que, más allá de ser un buen chiste, es una gran verdad. Todo es Cultura. Cada aspecto de la vida pasa por ella; no importa si estamos cocinando, lavando o relajándonos de la carga del día frente al televisor. La Cultura siempre se las arregla para estar presente. Solo que no la notamos la mayoría de las veces. En las series de televisión que vemos, en las películas, en las telenovelas, en los animados, en las historietas, en cada producto cultural de la llamada «literatura de consumo», la podemos encontrar.

Hablamos de esa amalgama de valores, costumbres, prácticas que identifican a una nación, que a la vez poseen una ideología, una manera de pensar, de enfrentar la realidad, de representar la identidad nacional; y que es susceptible de ser subvertida. Acción que muchas veces viene enmascarada, justamente en la factura de esas series, telenovelas o historietas que consumimos. Detrás de una «linda historia» nos venden los presupuestos capitalistas que más se avienen con su voluntad de perpetuar las diferencias de clases y el conformismo. Tanto es así, que podríamos caer en la falacia de apropiarnos de una visión del mundo que vaya en contra de las tradiciones de nuestro pueblo, de su idiosincrasia. En otras palabras, nos venden el sueño americano.

Moraleja: la cultura es un arma más para luchar por la libertad, o para colonizarnos; todo depende de quien la esgrima.

Para contrarrestar esa avalancha no tan subliminal de un modo de vida ajeno, la única respuesta adecuada será crear nuestros propios productos culturales que reivindiquen las diferencias de cada pueblo, justamente aquello que los hace únicos y especiales. Sueño para nada imposible de realizar, y que tiene en la historieta un ejemplo a seguir. Frente al cómic americano hartos de superhéroes surge otro tipo de historieta, conocida con el nombre de «historieta social», la cual procura incorporar la realidad cultural y los valores de sus pueblos. Esta variante, a pesar de su fuerte mensaje moralizante, no abandona el lenguaje tradicional de las historietas, ni pierde el atractivo del género, ya que entrelaza su carga ideológica con las peripecias de los personajes, haciendo una muy atractiva historia. Dentro del grupo de las historietas sociales figuran Mafalda, Snoopy,  Calvin y Hobbes, Los Supermachos y Elpidio Valdés. Existen otros muchos ejemplos, hijos de circunstancias sociopolíticas y de necesidades concretas de los pueblos, que buscan, en un intento por liberarse de la influencia injerencista norteamericana, el rey de los cómics, reflejar su cultura, sus valores y su historia.

En el caso especifico de Cuba, en el año 1961 se inició la publicación de historietas revolucionarias, acordes a los cambios históricos que se vivían en el país. Se destacan por su  popularidad Matojo y sus amigos, Chicho Durañon, Ronín, el samurai, Cecilín y Coti, Guaso y Carburo, Elpidio Valdés, El Capitán Plin, Yeyín, Matías Pérez y Yarí. Estas aventuras se podían encontrar en libros dedicados a ellas o en revistas como Pablo de la Torriente, Bijirita, Mella, Zunzún y Pionero. En los años del período especial, debido a la escasez de recursos muchas de esas publicaciones desaparecieron o variaron su formato. La revista Zunzún se fusionó con Bijirita y ahora comparten juntas la publicación de las historietas. Pionero se convirtió en un periódico durante un tiempo y  en estos momentos se publica como una revista mensual. Sin embargo, pese a todas las dificultades e interrupciones, los niños continúan esperando las aventuras de sus personajes favoritos, muchos de los cuales están también representados en la pantalla para el disfrute de los pequeños y los no tan pequeños. Así de grande ha sido el éxito de este tipo de historieta.

Entonces de ninguna manera es posible abandonar a su suerte este género literario, que pasa en la actualidad por una pequeña crisis. Resulta imperioso potenciar su publicación y creación, no solo por la fama que ha alcanzado, ni por las ganancias económicas que reporta, sino por lo más importante: su valor cultural. Nuestra América necesita más de esto, más de ella misma, porque en la batalla por la cultura está el futuro de nuestros hijos.

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