Por Felicita Rivero
Escuchando a Carlos Varela no pude evitar sentirme atrapada por la nostalgia de lo que fue mi infancia. Tiempos donde aun el DVD, Internet o los dispositivos electrónicos no habían inundado la vida cotidiana. Todo se reducía a jugar en la calle y ver las aventuras o muñequitos, no siempre rusos por cierto. Incluso leer era una opción. Los estanquillos, esos pequeños locales de ¿zinc galvanizado?, nos proponían una variada oferta de revistas instructivas, muchas del género historieta, tan popular entre los niños, incluso hoy. Era una fiesta para el conocimiento. Sentados en el contén del barrio, sin Superman, bajo el amparo de Elpidio, ese «insurrecto manigüero», éramos felices.
Si nos detenemos a hacer un recuento de esas historietas cubanas un personaje que no debe de faltar es justamente él. De todos los muñequitos este es el más popular. No han sido pocas las generaciones de niños y no tan niños que se criaron (y todavía lo hacen) al arrullo de las aventuras del mítico mambí, paladín de la nacionalidad cubana. Nacido en un momento histórico donde se estaba batallando por cimentar los valores de la Revolución, la cual era atacada desde muchos frentes: político, económico, incluso cultural, Elpidio daría la batalla y se alzaría con la victoria. No alcanza con devolver los derechos a los humildes, también hay que devolverles sus raíces, su idiosincrasia. Y eso es lo que nos regala Valdés, «patriota sin igual».
El héroe de Juan Padrón apareció por primera vez, en 1970, en la revista Pionero, como personaje secundario del samurai Kashibashi, pero cobró tanta fuerza dentro de la trama que se convirtió en el protagonista de su propia aventura, esta vez vestido ya de mambí. En 1974, producto de la popularidad y la aceptación del público, saltó de la hoja impresa al celuloide, inaugurando así una larga lista de animados. El primer largometraje filmado en los estudios se tituló Elpidio Valdés, y el segundo, Elpidio Valdés contra dólar y cañón. Luego le sucedieron otros cortos como Elpidio Valdés contra la policía de New York, Elpidio Valdés contra los rayadillos, Elpidio Valdés fuerza la trocha, Elpidio Valdés en campaña de verano y Elpidio Valdés se casa. Sobre los años noventa salieron al aire las series televisadas Más se perdió en Cuba y Contra el águila y el león, que debemos señalar no conquistaron el beneplácito de los receptores. Para culminar, en el año 2007 Padrón traslada a novela el segundo largometraje. Esta fructífera carrera cinematográfica del personaje no lo llevó a abandonar el mundo gráfico. Su carisma, la sensibilidad con la que personifica el espíritu del cubano, su sentido del humor, lo convirtieron en el ícono de las historietas.
La saga comienza desde el principio cuando Elpidio era un bebé. Los acontecimientos suceden a finales de la Guerra del 68 y tienen su continuación en la del 95, en la cual el protagonista ya es un joven hecho y derecho. El personaje investido con el grado de coronel se enfrentará en disímiles peripecias a los rayadillos, los españoles y hasta a la policía norteamericana, los villanos de la historieta (y de la vida real del cubano de aquella época). Como protagonista no se ayuda de cualidades mágicas ni de adelantos tecnológicos, más bien apela a su intuición e inteligencia, y a sus compañeros: un caballo, una mujer, dos niños y el machete, su arma de combate. Estos compañeros, Palmiche, María Silvia, Pepito y Eutelia, junto al resto de los personajes que intervienen en la trama, distan mucho del ideal heroico de los cómics norteamericanos. Es otra manera de hacer el género, una que responde a las tradiciones e Historia de un pueblo. Aquí los personajes y sus físicos no reconocen el canon establecido ni por los cómics ni por las epopeyas clásicas o los cuentos de hadas. Cada uno de ellos simbolizará el grupo social al que pertenecen, y su ideología.
Un detalle de gran relevancia en la historieta, es la meticulosa documentación histórica. Padrón no se limitará a una transcripción literal de los elementos epocales que sostienen el arco narrativo de la trama, sino que jerarquizará acciones combativas, detalles, frases, que contribuirán a respaldar el realismo del contexto histórico-social en el que se desarrollan las aventuras de Elpidio. El resultado de la investigación efectuada acerca del Ejército Libertador y el ejército colonialista español, le posibilitó al autor crear además otro texto, El libro del mambí, el cual ilustra en todos sus aspectos la vida de estos titanes y sus enemigos: su comida, su ropa, sus grados.
También se debe elogiar el uso del humor, elemento que se explota para subvertir, a partir del choteo, las situaciones o eventos en los que se ven envueltos los personajes. Recordemos cómo una y otra vez el bando español termina ridiculizado al resultar incapaces de vencer a los mambises, quienes transforman la superioridad técnica del enemigo en debilidad. Los «insurrectos manigüeros» siempre saldrán triunfantes de cada encuentro, hecho que resalta la astucia, valentía e inteligencia que los caracterizará. En verdad, todo está estereotipado en la historieta. El esquema invariable: héroe versus villano, se repetirá como una constante, pero sin anular el efecto sorpresa, divertido y moralizante de cada entrega. Esa es la magia de este género, y de Juan Padrón, quien nos ha regalado un personaje, que ya no habita en las páginas o el celuloide, sino en nuestro imaginario colectivo como uno de los héroes de nuestra independencia. La batalla por la Cultura no es algo a tomar a la ligera. Es la guerra contra la colonización y no se puede perder. Para ser libres tenemos que ser auténticos, cubanos. En cada encuentro nos jugamos que no nos hagan picadillo.