Se suele asumir que los intelectuales tienen poco o ningún poder político. Subidos en su privilegiada torre de marfil, desconectados del mundo real, enredados en debates académicos sin sentido sobre minucias, o flotando en las nubes abstrusas de la teoría de altos vuelos, se suele retratar a los intelectuales como separados de la realidad política e incapaces de tener cualquier impacto significativo sobre ella. Pero la Agencia Central de Inteligencia (CIA) piensa de otra forma.
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