
Es día de elecciones en Rosario, Santa Fe, a 300 kilómetros de Buenos Aires. La calle está llena de gente que va a los colegios a votar. Es además domingo, quizás no sea el mejor día, pero es 14 de junio y estoy en Rosario.
Me recibe un portero automático dorado. Veo mi rostro sobre la placa metálica como en un espejo distorsionado mientras espero que contesten. Alguien me comentó que no era producente que dijera que soy cubana ni que soy periodista. Así que decido no decir una cosa ni la otra. Al menos no de entrada –creyendo que habrá algo más que una entrada–.
Tengo solo el dato de que es en la segunda planta. “No es este, es el del frente: el D. D de dedo”, me dice una solícita…
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