Dr. Néstor García Iturbe
29 de diciembre 2014
En los últimos días de diciembre es tradicional, en todos los países y
Estados Unidos no es una excepción, que se celebren las navidades como un
momento de alegría, después de haber tenido todo un año de duro trabajo.
Una de las principales preocupaciones en esos momentos radica en la compra
de regalos para familiares y amigos. Regularmente se organiza una cena donde
asiste toda la familia y bajo el tradicional árbol de navidad se colocan los
regalos, que posteriormente será recibidos por los asistentes. Junto con la
cena, compuesta de exquisitos platos, se consumen costosas bebidas,
incluyendo champagne. La alegría también se pone de manifiesto con el canto
de los villancicos navideños y el baile. Los niños corren por la casa,
juegan entre ellos y hacen maldades. Se respira un ambiente general de
alegría. Es como si estuviéramos viendo una película de Hollywood, con su
“happy end.”
Sin embargo, la tramoya Hollywoodense no es lo suficientemente amplia como
para ocultar el drama que viven otros ciudadanos, cuya suerte es distinta y
se sienten olvidados e insatisfechos con lo que le ha deparado la navidad.
De acuerdo con las estadísticas de la Coalición para las Familias Sin Hogar,
solamente en la ciudad de Nueva York, existen cerca de 100,000 personas que
no tienen un techo donde guarecerse. De esa cantidad, los que tienen
suerte, duermen en los refugios habilitados por la ciudad, cuya capacidad
es de solamente 38,000 personas.
Estos refugios pueden albergar hasta 18,000 niños cada noche, pero el resto
tiene que dormir a la intemperie, en parques, sótanos, edificios abandonados
y otros.
En ciudades donde el frio es intenso y la nieve cubre los parques y otros
lugares públicos, los “homless” que no alcanzan refugio, se disputan los
respiraderos de la calefacción existentes en los costados de los edificios,
en esos lugares la temperatura es aceptable y con cartones y periódicos se
puede construir una especie de tienda de campaña, que al menos le permita
pasar la noche.
Los que fueron hacia los edificios abandonados tratan de combatir el frio
utilizando tanques metálicos de 55 galones, que introducen en los edificios
y en los que dan candela a cuanto material combustible puedan encontrar,
madera, plástico, papel, cartón, neumáticos y otros.
Los que tiene sus casas en barrios como Harlem, el barrio Latino, el Bowery
y otros similares, donde viven las personas más pobres de Nueva York, no
tienen calefacción, por lo que regularmente la familia se agrupa en la
cocina, prende el horno y las hornillas del gas y duermen en el lugar
apilados unos contra otros, a expensa de accidentes en los que regularmente
mueren casi todos y el edificio es destruido por las llamas.
Un buen número de estas personas sin hogar tratan de pasar la noche en los
carros del metro, pero son expulsados de estos por la policía, sin embargo,
la mayoría de ellos se evade y logra ubicarse en los túneles abandonados del
propio metro, donde la temperatura es menos fría que en el exterior y la
policía no entra.
Según los estudios realizados, el 90 por ciento de los “sin techo” son
negros y latinos. Cerca del 40 por ciento de estos sufre de problemas
mentales, pero la ciudad de Nueva York no los recluye para darles
tratamiento, los deja en las calles.
Los sin techo existen en todas las grandes ciudades de Estados Unidos, han
organizado campamentos denominados “Obamaville” donde se calcula que viven
cerca de 250,000 personas.
En estos lugares descritos anteriormente, no hay festejos, no hay comidas
exquisitas, no hay bebidas caras, no hay arbolitos de navidad y el único
regalo que se recibe, al día siguiente de pasar la noche en alguno de estos
infiernos, es despertar vivo.