Para extraer el gas de esquisto de las lutitas se apela a un método bautizado como fracking (fractura hidráulica), con la inyección de grandes cantidades de agua más arenas y aditivos químicos. La huella de carbono es mucho mayor que la generada con la producción de gas convencional
Los días y los años transcurren. Los hielos de los polos se derriten. El agua del mar sube su nivel. El hambre y las enfermedades acechan. El medio ambiente se contamina. El planeta Tierra no aguanta más y pide auxilio.
Parecería una novela de ciencia ficción o una película de suspenso, pero es una realidad y somos los seres humanos los máximos responsables del problema creado y de su urgente solución.
En este contexto una noticia comenzó a circular hace poco más de una década, cuando empezó a hablarse del gas de esquisto como una posible tabla de salvación ante el inminente agotamiento del petróleo y el gas convencionales.
¿Gas de esquisto?, nos preguntamos muchos. Y cuando indagamos, supimos que se lograba con una novedosa técnica, el “fracking” (o fractura hidráulica), por supuesto solo dominada por las grandes transnacionales que como buitres se lanzaban a su caza y que causa comprobados daños al medio ambiente y por tanto a la vida.
Hace solo unos días que el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, denunció en un acto en Caracas la “destrucción que se le provoca al planeta Tierra y a los lugares donde se están aplicando estos métodos bárbaros, salvajes, antihumanos para sacar petróleo y gas llamado de esquisto”.
El mandatario bolivariano acusó a Washington de inundar el mercado con petróleo de esquisto para perjudicar a los grandes países productores, como Rusia y Venezuela.
Ya el 5 de enero del 2012, el líder histórico de la Revolución Cubana, Comandante en Jefe Fidel Castro, escribió una Reflexión, titulada “La marcha hacia el abismo”, en la que advertía sobre el gas de esquisto, y citaba un despacho de IPS, donde se precisaba que “…la explotación de una plataforma con seis pozos puede consumir 170 000 metros cúbicos de agua e incluso provocar efectos dañinos como influir en movimientos sísmicos, contaminar aguas subterráneas y superficiales, y afectar el paisaje.”
En el citado texto se explica que “para extraer el gas de esquisto de las lutitas se apela a un método bautizado como fracking (fractura hidráulica), con la inyección de grandes cantidades de agua más arenas y aditivos químicos. La huella de carbono (proporción de dióxido de carbono que libera a la atmósfera) es mucho mayor que la generada con la producción de gas convencional.
“Como se trata de bombardear capas de la corteza terrestre con agua y otras sustancias, se incrementa el riesgo de dañar subsuelo, suelos, napas hídricas subterráneas y superficiales, el paisaje y las vías de comunicación si las instalaciones para extraer y transportar la nueva riqueza presentan defectos o errores de manejo”, agregó.
Baste señalar que entre las numerosas sustancias químicas que se inyectan con el agua para extraer este gas se encuentran el benceno y el tolueno, que son sustancias terriblemente cancerígenas.
Recientemente la gran prensa norteamericana citó al analista internacional, Raúl Sohr, que se refería al rol que cumple Estados Unidos a nivel mundial en materia energética y advertía que “la situación de la matriz energética mundial es incierta en la medida que Estados Unidos se ha convertido en un creciente productor de gas de esquisto y petróleo de esquisto. Hay una idea de que esto podría darle la autonomía energética que ha venido buscando desde hace décadas”.
La Agencia Internacional de Energía (IEA) ahora informó que la producción de gas y petróleo de esquisto en Estados Unidos sigue aumentando, convirtiéndose en un país que incluso sería capaz de exportar energía a mediano plazo. Con esto ¿se modifica el mapa energético mundial? ¿y cómo afecta en el juego de las alianzas estratégicas internacionales una supuesta independencia energética por parte de la potencia estadounidense? se preguntan analistas de prensa.
Ante el evidente peligro por los daños medioambientales que provoca la extracción de este gas, la IEA dijo que la solución debe venir de una combinación de inversiones en energía solar, hidroeléctrica y otros renovables, representando el 60 % de las nuevas inversiones.
No pocas instituciones y ONGs han denunciado el impacto medioambiental y social ligado a la extracción del citado gas, proceso que involucra a las más ricas transnacionales petroleras.
Tal es el caso de la empresa alemana Wintershall (filial de BASF), la estadounidense Chevron y otras comprometidas a poner más de 5 000 millones de dólares en inversiones a corto plazo.
En semanas recientes, el Tribunal danés suspendió la prospección de gas de esquisto en ese país, según publicó el diario Nordjyske Stiftstidende.
La extracción de ese combustible es polémica porque según varios expertos en la materia existe para las aguas subterráneas un alto riesgo de mezcla contaminante de sustancias nocivas y peligrosas arrastradas en los tubos del pozo al realizar la perforación, entre otros puntos, explicaron las autoridades danesas.
Desde Durban, Sudáfrica, la agencia Tierramérica advirtió que la tecnología del “fracking” (fractura hidráulica) va en busca de los últimos depósitos de gas natural alojados en lechos rocosos de extensas zonas de Estados Unidos y el oeste de Canadá, alentando una nueva fiebre de hidrocarburos que aleja el horizonte de energías limpias para enfriar el planeta.
Quienes viven cerca de los pozos se quejan desde hace tiempo de que el agua que beben está contaminada y muestran imágenes del líquido inflamable que sale de sus grifos. “Pero es difícil probar esa contaminación, porque a las empresas no se les exige revelar qué tipo de sustancias emplean para hacer que el gas fluya fuera de la roca”, aparece publicado por Tierramérica.